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Rusia 2018: el Mundial en el que el sol nunca terminará de ponerse

Lunes 19/06/2017 | 13:54 hs. | Las "noches blancas" de San Petersburgo serán un elemento distintivo de la próxima Copa del Mundo, así como Brasil 2014 fue un torneo en invierno o verano según la ubicación de las sedes; un ambiente más liberal
El próximo Mundial será el primero en la historia que ofrecerá una sede en la que el sol nunca termina de caer. Con las "noches blancas" de San Petersburgo, Rusia 2018 tendrá algo distintivo, único. Brasil 2014 fue un Mundial que se jugó en invierno y verano según dónde se ubicaran las ciudades, y Qatar 2022 tendrá todos sus estadios en 40 kilómetros a la redonda, con techo corredizo y aire acondicionado a pleno. Notables Brasil y Qatar, pero lo de no ver caer nunca el sol será patrimonio exclusivo del Mundial ruso.
El curioso fenómeno que se da entre finales de mayo y principios de julio se debe a la extrema latitud norte de la ciudad sobre el Báltico, que se ubica a la misma altura que el sur de Groenlandia. Así, la claridad es permanente en esas semanas de verano. Llegando la medianoche el cielo se oscurece un tanto, pero nunca lo suficiente. Se sale a la calle con la sensación de que el día es eterno y la noche una ilusión.
En un país en el que la autoridad es autoridad, y ¡ay! del que se atreva a subestimarla o burlarse de ella, San Petersburgo es por momentos un mundo aparte. Aquí gobierna también Vladimir Putin, sí, pero la segunda ciudad rusa tiene una historia de grandeza y orgullo que se potencia en las semanas de "noches blancas" que transforman sus calles y dispara el ánimo liberal de su gente. El ambiente en San Petersburgo es diferente al de cualquier otra ciudad rusa.
"Somos una ciudad diferente", se entusiasma Dimitri, un joven de aspecto deportivo que da clases en el Conservatorio Musical de la ciudad pero completa sus ingresos con dos o tres viajes al día como chofer de Uber. "Muy diferente a Moscú. Allá son unos bastardos, todo está en venta, todo lo venden. Aquí nos gusta el arte y la buena vida".
Con todos los reparos que puede ofrecer el entusiasmo de Dimitri -el muchacho no es precisamente imparcial-, el análisis del profesor de música devenido en uberista part-time contiene una verdad innegable: San Petersburgo y Moscú son muy diferentes. Ambas son ciudades imperiales, pero mientras las siete décadas de la Unión Soviética marcaron fuertemente a la hoy capital rusa -la escala y dureza de sus edificios y avenidas es por momentos inhumana-, la ciudad báltica fundada por el zar Pedro el Grande en 1703 sigue teniendo en su eje monumental mucho de lo que fue en la época en que Rusia se gobernaba desde allí. Moderada por la influencia del Báltico -Helsinki está a cuatro horas en tren-, es la menos rusa de las grandes urbes rusas, la más occidental de las ciudades del país más grande del mundo, aunque eso no le quita el título de "ciudad heróica": en los tiempos en los que había sido bautizada como Leningrado, San Petersburgo resistió durante 29 meses el sitio de las tropas de la Alemania nazi, que envió 725.000 soldados a las puertas de la ciudad. Leningrado no cayó, pero el costo fue enorme, más de un millón de muertos. En ese pasado durísimo está quizás también parte de la razón de una San Petersburgo que hoy tiene un importante costado hedonista y no le molesta que se note.
Sede de una de las semifinales del Mundial y del partido por el tercer puesto, San Petersburgo es la ciudad clave de la Copa Confederaciones, que se abrió allí el sábado con el triunfo de la selección local y se cerrará el 2 de julio con la final. El Zenit, orgullo de la ciudad y equipo con tradición en el fútbol europeo, será sede del Mundial con un estadio que semeja un verdadero OVNI en uno de los pulmones de la ciudad, la isla de Krestovsky, que la da también nombre al escenario. Más allá de su imponente aspecto y sus comodidades -techo retráctil, visión perfecta desde cualquier ubicación-, lo que hace único al estadio de San Petersburgo es que se lo considera el más caro de la historia: costó más de 1.000 millones de dólares, seis veces más de lo previsto originalmente.
El ambiente el sábado, cuando Rusia venció 2-0 a Nueva Zelanda, fue de fiesta en el estadio y la ciudad. Eran las tres de la madrugada, las cuatro, las cinco y las seis y no cesaban de brotar alegres grupos de jóvenes recorriendo el paseo junto al río Neva, fotografiándose ante los incontables palacios o escurriéndose por los bares que nunca cierran en las intrincadas callejuelas y amplias avenidas de la parte más vieja de la ciudad. La conclusión es que en San Petersburgo hay mucha gente que no duerme, una asombrosa cantidad de seres humanos que decidió olvidarse del asunto. ¿Negativo, peligroso? No es lo que opinan quienes entregan los "World Travel Awards", que el año pasado premiaron a San Petersburgo como "la mejor ciudad de Europa". Para aquellos que aún no están convencidos, el Mundial de las "noches blancas" ofrece una inmejorable oportunidad de sacarse la duda.
Siete noches blancas se vivirán en el estadio del Zenit
La sede de San Petersburgo será escenario de siete encuentros durante la venidera Copa del Mundo: allí se jugarán cuatro partidos de la fase inicial, los días 15, 19 (cuando se presente el seleccionado local), 22 y 26 de junio de 2018; en julio será escenario de un encuentro de octavos de final, y luego albergará, el 10 de julio, una de las semifinales, y cuatro días más tarde, el 14 de julio de 2018, el encuentro por el tercer puesto. El estadio del Zenit San Petersburgo tiene capacidad para 69.500 espectadores.

LaNacion

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