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El escándalo Facebook y la transformación de los medios. Por Jorge Lanata.
Sábado 24/03/2018 | 21:08 hs. | Las redes sociales tardan menos de 3 horas en cubrir el mundo con un rumor no confirmado.
El escándalo de Facebook quizá marque un hito en la historia de la era de transición tecnológica. Estamos en la infancia de internet y en esta infancia, como hemos dicho en otras oportunidades, la tecnología encontró respuestas a preguntas que la filosofía aún no se había formulado. Para dar un ejemplo: la industria del disco entró en crisis con la aparición de las llamadas redes p to p (persona a persona), las ediciones digitales de los discos podían copiarse sin ser compradas. Las personas compartían bibliotecas y el hecho casual de prestar un disco se había multiplicado por cientos de millones.
Frente a la quiebra, la respuesta “filosófica” del mercado fue la aparición de iTunes y otras aplicaciones que acabaron con la venta tradicional del disco y la cambiaron por la venta de un tema. Esto trajo aparejada la desaparición casi total de los soportes clásicos (cd, etc) y un cambio en el esquema de negocios. Sin filosofía que lo soporte, el mercado de internet es la aplicación más absoluta del capitalismo desnudo: ni el viejo Adam Smith lo hubiera soñado. La economía digital se uberizó: la tarifa normal es un dólar pero con tormenta es cuatro y en medio de un terremoto 1.500.
Tomando al cliqueo como único indicador del éxito (¿cómo mensurar el prestigio?) los diarios se “uberizaron”: si un editor debe elegir entre la noticia de un político que hizo el amor con un cerdo o una reunión del G20 ¿cual pondrá en la tapa?. Las noticias falsas –fake news- se leen mucho más que las verdaderas y, obviamente, influyen más en el circuito informativo, reemplazado en estos tiempos por la viralización. La imagen, como ya demostró la televisión hace décadas, tiene más fuerza que el contendido: si Einstein lleva puesta una camisa hawaiana será“un viejito con camisa hawaiana”, poco importa lo que diga.
Hasta ahora las grandes “primicias” de internet (el Informe Starr durante el caso Lewinsky o los Wikileaks) necesitaron de los diarios para su difusión en el mundo. La red buscó en ellos una credibilidad de la que carecía. Pero ya no es así. Los diarios juegan tiempo de descuento hasta quedar convertidos en objetos curiosos como el teléfono a disco y hoy las redes sociales tardan poco menos de tres horas en cubrir el mundo con un rumor no confirmado.
Los medios tradicionales, por paradoja, contribuyeron a su propio suicidio: es cada vez más común que la opinión de veinte o cien personas se transforme en una sección del noticiero. ”Veamos que dice twitter”, anuncia el locutor. Dos millones ven en pantalla la opinión de cinco. Esos cinco, para colmo, pueden ser anónimos, con lo que Astiz, por ejemplo, puede firmar como @Madreteresa. El mayor difusor mundial de información periodística y comercializador de la mitad de la publicidad mundial –Google, claro, la otra mitad es de Facebook- se niega a ser visto como un medio de comunicación y sólo se presenta como un distribuidor.
La opción no es inocente: si fuera un medio tendría responsabilidad sobre lo que transporta. ¿Por qué es un medio? Porque informa (aunque sean noticias ajenas), las edita (prioriza su importancia y da valor a esas posiciones al punto que las vende). Internet es indudablemente un medio. Peor aún: es, quizás, el único medio que nos quede en unas décadas, el que sintetice a la radio, la tv, el cine documental, los diarios y las revistas. Es cierto que aún publicamos diarios del siglo XIX en el XXI, pero falta poco para que eso cambie.
Esta semana nos enfrentó a dos noticias: la manipulación electoral de Facebook y una particular radiografia del “trolleo” en Twitter Argentina publicada por Amnistía Internacional. Una aclaración innecesaria: las máquinas no tienen moral. La moral es de las personas que las manejan; en esta polémica no hay nada bueno ni malo en sí mismo, la red no es mala o buena en sí, como no lo es el teléfono.
Pero las redes son mucho más que un telefono y las conversaciones no son privadas: es un teléfono con un altoparlante mundial y aquí estamos hablando del proveedor del altoparlante y de su influencia dirigida a determinados oídos. La primera reacción de los medios tradicionales a las redes fue de asombro. Por primera vez nosotros, los tipos de los medios,escuchábamos al publico en vivo y en directo. ”Las redes sociales terminaron con la impunidad de algunos periodistas” sostuvo Santiago García esta semana en Lanata sin filtro. García fue aplaudido en el microclima de la red y lo que dijo es verdadero. Pero no es lo único que hicieron. Alguna vez sostuve “Twitter es la puerta de un baño público”, dando a entender que la idea de ser una piedra en una multitud anónima permite decir a cualquiera cualquier cosa. ¿Y cómo diferenciás a @globito21 de @tiburon79?. Es cierto: también nos cabe a los medios la estupidez de tomarnos en serio cualquier cosa.
Ese ambiente propicio fue el que facilitó el desembarco de los “bots” y los “trolls”. Los “bots” son eso, robots que reaccionan frente a palabras convenientemente tageadas. Los “trolls” son personas: tristes empleados públicos de distintos estados o privados que cumplen un horario y difaman a medida. ”Me di cuenta de que nunca me respondían los sabados y domingos -me dijo en la radio el gran Alfredo Casero-entonces el lunes le twité a Nilda Garre diciéndole que estaba rodeada de vagos”.
Fuentes consultadas por el autor de esta columna sostienen que, en la actualidad, el 30% del tráfico de twitter está generado por bots y trolls. Este dato indigna a los auténticos twitteros, autoconvencidos de ser una especie de llaneros solitarios, pero con la cobardía necesaria para llevar un anónimo antifaz. Así se gestó un fenómeno tan inédito como las propiedas redes: la composición falaz de la opinión pública.
La clase maestra fue dada por Facebook en Estados Unidos,a través de la compañía británica Cambridge Analityca: con 277.000 cuentas directas llegaron a 50 millones de personas en todo el mundo con mensajes políticos personalizados, basados en sus gustos, amigos, compras y relaciones.Este escándalo político permitió poner luz sobre el verdadero capital de las redes: los datos personales que les damos. Si una empresa busca personas entre 40 y 50 que salgan a pescar los fines de semana entre abril y junio,pueden encontrarlos.El valor de ese target especifico en publicidad es inestimable. Y la política no iba a perdérselo.
Frente a la quiebra, la respuesta “filosófica” del mercado fue la aparición de iTunes y otras aplicaciones que acabaron con la venta tradicional del disco y la cambiaron por la venta de un tema. Esto trajo aparejada la desaparición casi total de los soportes clásicos (cd, etc) y un cambio en el esquema de negocios. Sin filosofía que lo soporte, el mercado de internet es la aplicación más absoluta del capitalismo desnudo: ni el viejo Adam Smith lo hubiera soñado. La economía digital se uberizó: la tarifa normal es un dólar pero con tormenta es cuatro y en medio de un terremoto 1.500.
Tomando al cliqueo como único indicador del éxito (¿cómo mensurar el prestigio?) los diarios se “uberizaron”: si un editor debe elegir entre la noticia de un político que hizo el amor con un cerdo o una reunión del G20 ¿cual pondrá en la tapa?. Las noticias falsas –fake news- se leen mucho más que las verdaderas y, obviamente, influyen más en el circuito informativo, reemplazado en estos tiempos por la viralización. La imagen, como ya demostró la televisión hace décadas, tiene más fuerza que el contendido: si Einstein lleva puesta una camisa hawaiana será“un viejito con camisa hawaiana”, poco importa lo que diga.
Hasta ahora las grandes “primicias” de internet (el Informe Starr durante el caso Lewinsky o los Wikileaks) necesitaron de los diarios para su difusión en el mundo. La red buscó en ellos una credibilidad de la que carecía. Pero ya no es así. Los diarios juegan tiempo de descuento hasta quedar convertidos en objetos curiosos como el teléfono a disco y hoy las redes sociales tardan poco menos de tres horas en cubrir el mundo con un rumor no confirmado.
Los medios tradicionales, por paradoja, contribuyeron a su propio suicidio: es cada vez más común que la opinión de veinte o cien personas se transforme en una sección del noticiero. ”Veamos que dice twitter”, anuncia el locutor. Dos millones ven en pantalla la opinión de cinco. Esos cinco, para colmo, pueden ser anónimos, con lo que Astiz, por ejemplo, puede firmar como @Madreteresa. El mayor difusor mundial de información periodística y comercializador de la mitad de la publicidad mundial –Google, claro, la otra mitad es de Facebook- se niega a ser visto como un medio de comunicación y sólo se presenta como un distribuidor.
La opción no es inocente: si fuera un medio tendría responsabilidad sobre lo que transporta. ¿Por qué es un medio? Porque informa (aunque sean noticias ajenas), las edita (prioriza su importancia y da valor a esas posiciones al punto que las vende). Internet es indudablemente un medio. Peor aún: es, quizás, el único medio que nos quede en unas décadas, el que sintetice a la radio, la tv, el cine documental, los diarios y las revistas. Es cierto que aún publicamos diarios del siglo XIX en el XXI, pero falta poco para que eso cambie.
Esta semana nos enfrentó a dos noticias: la manipulación electoral de Facebook y una particular radiografia del “trolleo” en Twitter Argentina publicada por Amnistía Internacional. Una aclaración innecesaria: las máquinas no tienen moral. La moral es de las personas que las manejan; en esta polémica no hay nada bueno ni malo en sí mismo, la red no es mala o buena en sí, como no lo es el teléfono.
Pero las redes son mucho más que un telefono y las conversaciones no son privadas: es un teléfono con un altoparlante mundial y aquí estamos hablando del proveedor del altoparlante y de su influencia dirigida a determinados oídos. La primera reacción de los medios tradicionales a las redes fue de asombro. Por primera vez nosotros, los tipos de los medios,escuchábamos al publico en vivo y en directo. ”Las redes sociales terminaron con la impunidad de algunos periodistas” sostuvo Santiago García esta semana en Lanata sin filtro. García fue aplaudido en el microclima de la red y lo que dijo es verdadero. Pero no es lo único que hicieron. Alguna vez sostuve “Twitter es la puerta de un baño público”, dando a entender que la idea de ser una piedra en una multitud anónima permite decir a cualquiera cualquier cosa. ¿Y cómo diferenciás a @globito21 de @tiburon79?. Es cierto: también nos cabe a los medios la estupidez de tomarnos en serio cualquier cosa.
Ese ambiente propicio fue el que facilitó el desembarco de los “bots” y los “trolls”. Los “bots” son eso, robots que reaccionan frente a palabras convenientemente tageadas. Los “trolls” son personas: tristes empleados públicos de distintos estados o privados que cumplen un horario y difaman a medida. ”Me di cuenta de que nunca me respondían los sabados y domingos -me dijo en la radio el gran Alfredo Casero-entonces el lunes le twité a Nilda Garre diciéndole que estaba rodeada de vagos”.
Fuentes consultadas por el autor de esta columna sostienen que, en la actualidad, el 30% del tráfico de twitter está generado por bots y trolls. Este dato indigna a los auténticos twitteros, autoconvencidos de ser una especie de llaneros solitarios, pero con la cobardía necesaria para llevar un anónimo antifaz. Así se gestó un fenómeno tan inédito como las propiedas redes: la composición falaz de la opinión pública.
La clase maestra fue dada por Facebook en Estados Unidos,a través de la compañía británica Cambridge Analityca: con 277.000 cuentas directas llegaron a 50 millones de personas en todo el mundo con mensajes políticos personalizados, basados en sus gustos, amigos, compras y relaciones.Este escándalo político permitió poner luz sobre el verdadero capital de las redes: los datos personales que les damos. Si una empresa busca personas entre 40 y 50 que salgan a pescar los fines de semana entre abril y junio,pueden encontrarlos.El valor de ese target especifico en publicidad es inestimable. Y la política no iba a perdérselo.
Clarin